Siempre tengo esa sensación: Cuando todo está tranquilo y rebosa tanta normalidad que empalaga, me parece que en cualquier momento va a ocurrir algo, por nimio que sea, que puede acabar con todo eso.
Puede ser cualquier cosa: un accidente, una discursión, una avería, un trámite burocrático, un malentendido, un tsunami en un vaso de agua, o un nido de paloma en una maceta (esto último es veridico, aunque parezca lo menos posible).
Que tenemos los humanos que siempre estamos inquietos, somos pesimistas por naturaleza y siempre nos ponemos en lo peor. Quizá sean estos tiempos tan inciertos donde hemos visto desaparecer los apoyos que dabamos por seguros, esos derechos adquiridos que poco a poco nos están arrebatando, y con ellos, la seguridad en nosotros mismos. Nos consume el miedo de los antiguos galos a que el cielo se nos caiga encima, a que a los dioses les dé otra vez por jugar con nosotros. Ese nuevo Olimpo compuesto por los dioses mayores: Banco Mundial, FMI, Comunidad Europea y los menores: bancos, compañias electricas, tesoreros del PP y el dios supremo: el poderoso don Dinero, esos son los que nos están quitando lo más valioso que tenemos: nuestra dignidad y nuestro amor propio.
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